El Gran Cambio
El mundo nunca volvió a ser el mismo después del Gran Cambio. Nadie entendía cómo había sucedido: almas que salían de sus cuerpos, depositadas en unos nuevos sin previo aviso. Para mí al principio fue complicado pero, pude adaptarme y disfrutar de lo que el gran cambio me brindó. Yo, Antonio, un viudo de 50 años que vivía en la monotonía de una casa silenciosa, el gran cambio llegó en una noche despejada. Mi hija, Sofía, de 21 años, guapa, increíble cuerpo, recién graduada de la universidad, era mi único consuelo tras la muerte de mi esposa, su madre. Su risa llenaba los rincones vacíos de la casa y su energía juvenil me mantenía anclado a esta vida. Hasta esa noche.
Estaba en la sala, con una copa de whisky en la mano, el hielo tintineando contra el cristal mientras miraba la televisión sin prestar atención. El sonido de pasos en la escalera me hizo girar la cabeza. Allí estaba ella, o eso pensé al principio. Llevaba la pijama que usaba normalmente para estás épocas de calor: un short rosa tan corto que dejaba poco a la imaginación y una blusa blanca de manga larga, tela delgada que se transparenta y tenía un escote pronunciado, la blusa se ceñía a sus curvas de una manera que nunca había notado antes. Pero note que algo estaba mal mientras bajaba la escalera. Sus movimientos eran distintos, más lentos, más deliberados. Cuando se detuvo frente a mí, puso su mano en su cintura y me miró con unos ojos que no reconocía.
—Sé que esto te va a sonar loco, papá? Supongo —dijo, su voz era la de Sofía, pero el tono tenía una cadencia extraña, casi burlona—. No soy tu hija. Mi nombre es Marcos. Y creo que podemos llegar a un acuerdo que nos beneficie a los dos. De fondo sonoban las noticias y comenzaban a anunciar lo que estaba sucediendo gracias al gran cambio.
El whisky casi se derrama de mi mano. La miré fijamente, buscando algún rastro de broma, algún indicio de que esto era una broma. Pero ella —o él— se dii media vuelta, dejando ver su voluptuosa cadera,nel short se deslizaba un poco más arriba, exponiendo la piel tersa de sus piernas.
—¿Qué estás diciendo? —logré balbucear, mi mente atrapada entre la incredulidad y una creciente incomodidad.
—Escucha antes de juzgar —respondió. Sus dedos jugaban con su pelo—. El Gran Cambio me puso en este cuerpo. Y no voy a mentir, estoy fascinado. Sofía tiene… un cuerpo increíble. Curvas deliciosas, grandes pechos, un trasero increíble, una piel suave que poder que un hombre la posea. Y tú, eres un hombre solo, viudo, con años de deseo reprimido… Sé que lo has notado, aunque no quieras admitirlo, seguramente no pides apartar la mirada del culo de tu princesita.
—Esto es una locura. ¡Eres mi hija! —exclamé, levantándome del sillón, pero ella se acercó más a mi, deteniéndome con una mirada intensa.
—No soy Sofía —susurró en mi oido, tan cerca que podía oler el delicioso perfume que mi hija siempre usaba—. Soy Marcos. Un hombre de 40 años con ciertas… fantasías. Y te hago una oferta: déjame ser Sofía para el mundo. Nadie tiene que saber la verdad. Pero aquí, en esta casa, puedo ser lo que tú quieras. Piénsalo. ¿Cuánto tiempo ha pasado desde que una mujer te tocó? ¿Desde que perdiste el control teniendo sexo en la cama?
No supe qué responder. Mi mente gritaba que esto estaba mal, pero mi cuerpo reaccionó de otra manera, comencé a tener pensamientos en dónde yo estaba penetrando a Sofía mientras ella gemia, mi pene evidentemente comenzaba a tener una erección involuntaria y de pronto ella comenzó a quitarse la blusa mientras se daba la media vuelta. La dejó caer al suelo junto con su shorts con una elegancia que me hipnotizó, revelando un conjunto de ropa interior negro: un bra que abrazaba sus pechos y una tanga diminuta que apenas cubría lo esencial. Mi respiración se aceleró. Intenté apartar la mirada, pero sus ojos me tenían hipnotizado.
—Sof... Marcos, para… —dije, pero mi voz tembló, traicionándome.
Ella sonrió, una sonrisa que no era de Sofía, y se arrodilló frente a mí. Sus manos subieron por mis piernas, lentas, seguras, mientras sus ojos me mantenían atrapado.
—No digas nada —murmuró, sentía su aliento cálido rozándo mi pene—. Solo déjame hacer esto. Te lo mereces, has Sido un increíble papi conmigo.
Lo que vino después fue una avalancha de sensaciones que no pude detener. Sus labios, su lengua, la forma en que me chupaba el pene era increíble, cuando volteaba abajo veía la carita de mi nena pero ella me veía de una forma tan laciva que me llevó al borde del climax con una facilidad que me dejó sin aliento. —mmmm Sofia para, voy a pfff—senti como comencé a venirme, pero Sofía la saco de su boca justo a tiempo y toda su cara quedó llena de mi semen... El semen de dónde ella había salido. Al parecer ya no había vuelta atrás.
Se levantó del piso y luego, apartó la tanga con un movimiento sutil y se sentó sobre mí. Su gemido resonó en la sala, profundo, excitante, mientras se movía con una mezcla de urgencia y control. Me perdí en el calor de su vagina, en la manera en que sus caderas se movían buscando que mi pene la penetrara más a fondo. Tenía gran tiempo sin sentir esto con una mujer, solo mi esposa y ahora era Sofía... o más bien, el cuerpo de sofia la que me estaba brindando un placer que no recordaba haber sentido en mucho tiempo.
Sentí como comencé a llenar su vagina, nuevamente había terminado y cada vez me sentía más sucio por hacer esto con Sofía. Terminé exhausto y jadeante, ella me miró con una satisfacción casi triunfal.
—Descansa un poco —dijo, levantándose con gracia—. Voy a darme un baño en la regadera.
Caí en un sueño ligero, aturdido por lo que acababa de pasar, imaginaba a Sofía en mi cama gimiendo y pidiendo por más, gritaba papi repetidamente y de pronto el sonido del agua corriendo me despertó minutos después. Subí y la encontré en la ducha tocandose, mientras el vapor empañando el cristal, su silueta desnuda bajo el chorro. Me miró por encima del hombro y sonrió.
—¿Ya lo aceptaste? —preguntó, su voz suave pero cargada de excitación—. No soy Sofía. Soy Marcos. Y el que me este cogiendo puede ser nuestro pequeño secreto, aparentemos que sigo siendo Sofía pero, aquí, en la casa puedo ser tu perra, ¿que dices? ¿No quieres tener este lindo trasero en tu cama? La decisión estaba tomada.
Entré en la ducha sin pensarlo dos veces y comencé a besarla. El agua caliente caía sobre nosotros mientras mis manos exploraban su piel. La tomé con fuerza de su trasero, aceptando que esa figura frente a mí ya no era mi hija, sino Marcos, ella comenzó a tocar mi pene mientras yo chupaba su senos, eso despertaba un deseo dentro de mi algo oscuro pero Sofía era irresistible.
Fue intenso, apasionado, un encuentro que nos llevó al límite una y otra vez. La forma en la que su vagina apretaba mi pene era simplemente delicioso, jamás una mujer me había hecho sentir de esa forma ni siquiera mi esposa y sabía que este sentimiento estaba mal pero, si ella ya no es Sofía, ¿Por qué negarme a hacerla mía? Sus gemidos, el sonido de su trasero chocando con mis muslos por la intensidad del momento, me pedía más y más, y gemia más y más fuerte cada vez. Hasta que comencé a venirme dentro de ella pero me pidió que soportará y así lo hice, ella me recostó en la regadera y me montó... La mejor sensación de mi vida, me corrí sin parar dentro de la vagina de la fue mi hija hasta llenarla.
Cuando terminé, me levanté, ella se giró con el rostro empapado comenzó y sin pensarlo más comenzó a lamer mi pene, sinceramente ya estaba al límite pero quien era yo para negarme a esas deliciosas mamadas que me daba, una carga salió más de mi y l cara de Sofi una vez más quedó llena de mi semen. Impresionante para un señor de 50 años.
El agua siguió corriendo por sus mejillas, y me miró con una mezcla de placer y dulzura.
—Me gusta esto—susurró,sonriendo—. Hazme tuya cuando quieras papi.
Los días siguientes fueron un torbellino. Frente al mundo, ella seguía siendo Sofía: mi hija dulce y encantadora, la joven recién graduada que saludaba a los vecinos con una sonrisa y asistía a reuniones familiares con la misma inocencia de siempre. Decidimos esto para no hacer más tema y para nuestra sorpresa, la familia nunca se dió cuenta, yo le expliqué la vida que tenía mi hija y como aparentar ser ella. Pero en casa, en la intimidad, Sofía se volvía Marcos. Cada noche llegaba a mi habitación con algo provocador: una camiseta ajustada sin nada debajo, un babydoll trasparente que dejaba ver cada línea de su cuerpo, o simplemente con una tanga y el pecho desnudo, con esa sonrisa que prometía placer.
—¿Qué quieres esta noche? —me preguntó una vez, recostada en mi cama, una pierna doblada para mostrarme lo que ya sabía que era mío.
—Todo —respondí, mi voz ronca, mientras me acercaba a ella.
Ella rio, un sonido bajo y sensual. —Entonces ven y tómalo. No me voy a resistir.
Y no lo hacía. Cada encuentro eraincreíble, los gemidos llenaban el silencio de la casa. A veces era tierno, como si fueramos algo más que solo amantes. Otras veces era salvaje, como si el mundo fuera a acabarse y solo nos tuviéramos el uno al otro. Me sorprendía la facilidad con la que me había adaptado a esta nueva realidad, cómo el peso de la culpa se desvanecía con cada caricia, cada mirada.
Una noche, después de horas de pasión, nos quedamos tendidos en la cama, sudorosos y exhaustos. Ella —Marcos— apoyó la cabeza en mi pecho, trazando círculos con sus dedos sobre mi piel.
—¿Alguna vez pensaste en algo así antes del Cambio? —preguntó, su voz más seria de lo habitual.
—No —admití, mirando el techo—. Pero ahora… no puedo imaginarme sin esto.
Ella levantó la cabeza, sus ojos brillando en la penumbra. —¿Sin mí, quieres decir?
—Sin esto —corregí, aunque ambos sabíamos que era lo mismo—. Has cambiado todo.
—Y tú me has dado un propósito —respondió, antes de besarme con una intensidad que reavivó el fuego entre nosotros.
El Gran Cambio no solo había alterado cuerpos; había reescrito deseos, límites, identidades. Frente a la sociedad, ella era Sofía, la hija perfecta que llevaba flores a la tumba de su madre y planeaba un futuro brillante. Pero en casa, en las sombras de nuestra vida compartida, era Marcos: mi amante, mi puta, mi todo. Y mientras el mundo seguía girando, ajeno a nuestro secreto, yo me hundía más en esa dualidad, sabiendo que nunca volvería atrás.
Fin.
Hay cosas historias que les debo, espero no tardar en publicarlas. Disfruten está historia 🤟🏼