Todo comenzó como un accidente, un giro inesperado del destino y que nosotros nunca imaginamos que podría pasar. Hace meses, una máquina experimental de la compañía científica para la que trabajamos falló —o quizás funcionó demasiado bien— e intercambió nuestros cuerpos. Yo desperté en el cuerpo de Valeria: cabello pelirrojo largo, pechos grandes, curvas suaves y glúteos redondos. Ella, en el mío: un hombre alto, más fuerte, con mi piel áspera. Al principio fue un shock total, un caos de emociones mientras buscábamos una solución. Pero cuando nos confirmaron que era irreversible, nos miramos con lágrimas en los ojos y manos entrelazadas.
—¿Qué hacemos ahora? —preguntó Valeria, su voz temblando en mi antiguo cuerpo.—Nos amamos, ¿no? —respondí, acariciando sus dedos con las manos que ahora eran mías—. Esto no tiene que ser el fin. Puede ser un nuevo comienzo amor.
Ese momento lo cambió todo. Nuestro amor era más grande que nuestros cuerpos, más fuerte que el miedo de sentiamos. Decidimos no solo aceptar esta nueva vida, sino hacerla nuestra. Valeria, ahora se llama sofia y eligió transicionar en mi antiguo cuerpo: con hormonas, su propia voluntady alguna que otra intervención quirúrgica lo transformó en una mujer trans espectacular —pechos más grandes que los míos, figura femenina de infarto, pelo negro corto y su miembro, el que alguna vez fuera el mío, lo dejo intacto por que decía que no estaría mal saber el placer masculino a pesar de ser una mujer trans. Yo abracé su identidad como Valeria y su cuerpo como mío, deleitándome en mi feminidad: mis curvas, mi cabello pelirrojo, mi piel suave. Nos mirábamos y nos veíamos perfectas, no por lo que fuimos, sino por lo que elegimos ser juntas.
El sol entraba por las cortinas, tiñendo de dorado mi cabello pelirrojo extendido sobre la almohada. Me levanté y me puse un conjunto de ropa interior rojo: el encaje abrazaba mis pechos grandes, mi cintura estrecha y mis glúteos redondos, haciéndome sentir sensual. Frente al espejo, Valeria se ajustaba un conjunto azul que resaltaba su figura. El sostén realzaba sus pechos —evidentemente más grandes que los míos—, y la panti hacia que se le marcara su miembro contrastando con sus curvas femeninas.
—Ese rojo te queda increíble, Valeria —dijo con una sonrisa traviesa, acercándose con pasos lentos.—Y a ti ese azul… no sé dónde mirar primero —respondí, rozando el encaje de su sostén mientras veía su bulto.
Ella me tomó por la cintura, sus manos firmes deslizándose por mis glúteos. —No tienes que elegir —susurró, besando mi cuello con sus labios cálidos—. Puedo dartelo todo.
El deseo creció rápido. Me coloco en 4 al borde de la cama, Sofía se arrodilló frente a mí. Apartó mi ropa interior roja y separó mi trasero. —Eres tan hermosa de aquí —murmuró, sentía su aliento cálido contra mi vagina antes de que su lengua me tocara. Empezó lenta, luego más intensa, y un gemido se me escapó mientras mis manos se enredaban en la sabana.—Sofia… —jadeé, mis caderas moviéndose con ella hasta que el placer me arqueó en un increíble orgasmo.
Recuperé el aliento y la vi ponerse de pie, su miembro marcado bajo el azul de su ropa interior. —Mi turno —dije con una sonrisa, la senté en la cama y me arrodillé. Aparte la tela de su panty y deje salir lo que alguna vez fue mío, lo tomé con cuidado, mi lengua rozándo su pene, primero chupe suave, luego más profundo. Ella gimió, sus manos en mi cabello pelirrojo.—Valeria… eso es… —susurró, su voz ronca, hasta que su cuerpo tembló en un clímax intenso.
El fuego seguía encendido. Nos quitamos las pantys y caímos en la cama. Nuestros labios se encontraron en un beso profundo, sus manos explorando mis pechos, mis dedos trazando sus curvas. —Te deseo tanto —murmuré, acariciando sus pezones sensibles.—Y yo a ti, mi reina —respondió ella, su voz ronca mientras me ponía en 4 y se colocaba entre mis piernas.
Cuando entró en mí, el placer fue eléctrico. Mis deseos se sujetaron fuerte a las sábanas , mis caderas moviendose a su ritmo. —Valeria… —jadeó ella, sus pechos rozando mi espalda, nuestras respiraciones mezclándose hasta que el mundo se desvaneció en calor y éxtasis.
Caí sobre las sábanas con un suspiro, mi cabello pelirrojo extendiéndose por la cama, la vi quitarse el brasier con una lentitud deliberada, dejando al descubierto su torso esculpido y esos pechos que me volvían loca. Así que yo hice lo mismo.
Sofía se volvió a color por detrás de mi y s
In decir nada comenzó a darme más rápido y más duro, cada embestida suya era como si me elevará a la gloria. Gemido tras gemido pedía más de ella y Sofía me lo cumplía.
Sofia se recostó en la cama y monto en ella, sus manos explorando cada centímetro de mi cuerpo mientras yo movía mi cadera para seguir sintiendo como su pene me penetraba. —Mírate —susurró, su mirada recorriendo mis pechos grandes, mi cintura estrecha, mis muslos temblorosos—. Eres perfecta.
—Y tú… —dije, alcanzándola para atraerla hacia mí. Nuestros cuerpos se entrelazaron, piel contra piel, pecho con pecho La guié con mis manos a mi cintura, mi respiración acelerándose mientras ella se acomodaba entre mis piernas. Volvió a entrar en mi, el placer volvió a ser instantáneo, un placer que me saco un fuerte gemido.
—Que rico Valeria… —jadeó ella, moviéndose con un ritmo que conocía tan bien, pero que ahora sentía desde el otro lado. Mis uñas se clavaron en su espalda, mis piernas abriéndose cada vez mas para que cada embestida sea más profunda. El mundo se desvaneció, dejando solo el calor de nuestros cuerpos, el roce de sus pechos contra los míos, el sonido de nuestras respiraciones entrecortadas. Sentí como su semen comenzó a llenarme y eso me hizo llegar al climax también, seguido escuches sus gemidos provenientes del orgasmo que acababa de sentir Sofía.
Después, yacimos juntas, sudorosas y satisfechas. Su cabeza descansaba en la mia, su mano en su vientre. —Pronto seremos tres —susurró, sonriendo al pensar en nuestro hijo.—Y seremos la familia más hermosa —respondí, besando su frente con ternura.
Nos quedamos así, envueltas en amor y deseo, sabiendo que este intercambio nos había dado una vida increible.
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